Intervención Juan Carlos Escotet Rodríguez en la presentación de la Colección Papiros

Si me tocara escoger una palabra, no más que una palabra que intentase dar cuenta, a pesar de sus posibles limitaciones, de lo que aquí se ha congregado esta noche de diciembre, apostaría a favor de que esa palabra es celebración.

En un primer instante, la idea de celebrar puede parecernos obvia. La editorial Equinoccio alcanza 35 años, y no de modo inercial o vegetativo, sino bajo el impulso de una extraordinaria madurez, signada en esta etapa por un profundo deseo de interlocución con la sociedad de los lectores. Por sí mismo, ya esto constituye una razón más que suficiente para reunirnos y compartir el necesario recuento que todo aniversario incita.

Un primer conteo nos autoriza a imaginarnos el íntimo júbilo que este encuentro representa para los autores de los doce títulos que hoy se proclaman, y en el caso del maestro Ludovico Silva, quien nos dejó hace veinte años, la satisfacción honda, el gozo interior que la buena nueva debe producir en sus familiares y otros entrañables, el que su Teoría poética pueda por fin leerse con minuciosidad y debatirse, que ha sido el indiscutible honor del que ha disfrutado su obra como poeta, filósofo y polemista.

Un rápido recuento por los benéficos ánimos que se congregan aquí esta noche, no podría pasar indiferente, de largo, sin hacer mención a la emocionada maravilla, con toda seguridad secreta, inenarrable e intransferible, que para los ganadores del Premio Universitario de Literatura del 2007 debe estar ocurriendo en este mismo momento, como un noble y agitado latido, en los corazones de los cuatro ganadores, cuyos libros ya son, no una promesa, sino una contundente y definitiva realidad, de aquí y para siempre, irreversible.

Y pasa que esta atmósfera de ancho entusiasmo, que esta complacencia que nos permite respirar hondo y sentir que un legítimo orgullo toma cuerpo en nuestros pulmones, ni empieza ni termina aquí, en las obras y en las vidas de un puñado de autores; ni se refieren ellas únicamente a las sensibles diligencias de una casa editorial; ni tienen resonancia sólo en la presteza y disposición de editores, prologuistas, diseñadores, ilustradores, fotógrafos y demás agentes de lo sensitivo; y no se ramifican de manera exclusiva en los otros autores que estos libros portan en sus páginas, como es el caso de la antología de poesía que hoy se presenta, que nos permite pensar razonablemente, que también para los autores incluidos, este encuentro tiene el carácter de un hito, de un punto en la vida de unos creadores que no podrá, ni pasar desapercibido ni hundirse en el olvido.

Sostengo que a este reporte que acabo de hacer ante ustedes, suerte de sumario repaso por algunas de las fuerzas del espíritu que explican por qué Banesco decidió sumarse y dar su mejor apoyo posible a la Editorial Equinoccio, está todavía incompleto o, dicho de forma más precisa, todavía incumplido.

¿Por qué me permito hablar de incumplimiento? ¿Acaso porque no he expresado todavía el merecido reconocimiento que debe alcanzar a las autoridades de la Universidad Simón Bolívar, quienes a lo largo de treinta y cinco años han mantenido su apoyo a esta iniciativa editorial? ¿Quizás porque esta reunión es significativa también por su impacto en la producción cultural de nuestro país? ¿O porque los altos estándares de Equinoccio se alzan como un modelo, como una inspiración necesaria y actualizada para la operación de otras casas editoriales, especialmente de las universidades venezolanas?

Quiero insistir en esto: esta celebración es un privilegio, de modo inmediato, por la cantidad y calidad de los ánimos y certidumbres que aquí están presentes, enriqueciendo la atmósfera de pluralidad que es sustantiva de Ciudad Banesco. Pero ella guarda un privilegio, una honra, una inquietante posibilidad todavía de más rica significación: me refiero a la incertidumbre, a la preciosa pregunta de qué pasará cuando estos libros lleguen a manos de unos lectores que desconocemos.

Si nuestra celebración no incorporara a sus pensamientos a esos seres desconocidos, ella sería chata, diría que conformista, negadora de lo que cada libro representa. No sería hondo el regocijo si nos contentáramos con celebrar lo que ya sabemos y conocemos. Traicionaríamos la disposición interior del hecho literario, si diésemos por cumplida nuestra labor con la impresión de unos títulos, nítidamente organizados en unas colecciones temáticas, y que todo eso culminara o comenzara a declinar en el puro cumplimiento de producir.

El más significativo privilegio de esta celebración consiste en la conciencia de que a partir de mañana, puestos ya en librerías y otros canales de distribución, cada libro ingresará en su propia y particular dimensión de riesgo, fuera del control del autor, de las gestiones de la casa editorial y de las diligencias de publicistas.

En esencia, celebramos el más allá que todo libro esconde como un enigma. Nuestro espíritu debería elevarse por lo que podría ocurrir, por aquello que no conocemos, por la incertidumbre con respecto a su destino. La verdadera fuente de alegría, el lugar de la esperanza o del gozo, no la provee lo que está bajo nuestro dominio, sino justo lo que vide fuera de nuestro ámbito, esa figura escurridiza, compleja y enorme que es el lector.

Porque se escribe como un acto de fe, con la esperanza puesta en las nuevas que están por venir; porque en definitiva todo escritor se moviliza a favor de un ser que todavía no conoce, pero que intuye y anhela con expectación y desasosiego; porque finalmente cada alma lectora es incierta, perturbadora y quizás inaprensible, justo por eso es que la obra literaria vive su lucha, su esfuerzo silencioso e indescifrable, su agónico modo de avanzar, hasta que un día, en el lugar menos previsto del mundo, encuentra por fin, no un interlocutor cualquiera, sino específicamente su lector privilegiado, sujeto peculiar y único, alguien que lee y se dice en su silencio lector, conmovido y asombrado, esto es justamente lo que por tanto tiempo he esperado.

Y es para esa probabilidad de otro lector, para esa entidad imprescindible y requisito urgente de la vida en comunidad, que es todo pensamiento solidario o dispuesto con aquello que está más allá de nuestra percepción, por lo que Banesco se ha sumado a las propuestas de la Editorial Equinoccio, tal como se ha sumado a otras numerosas instituciones, programas y propósitos que vienen y se ofrecen como mecanismo para alcanzar a quienes están más allá de nuestro alcance, habitantes de universos distintos al estrictamente productivo.

Por los miles de niños que en los barrios más pobres de toda Venezuela, cuyos nombres no hemos tenido la honra de pronunciar, y que todos los días concurren a las aulas de las escuelas de Fe y Alegría, en todas las regiones de Venezuela.
Por el sueño bienaventurado que representan niños cuyas vidas están en situación de riesgo, acosados desde el día en que vinieron al mundo, amenazados por los profundos desequilibrios que son parte constitutiva de nuestra civilización, con los que FUNDANA lucha de modo incesante, más allá de lo que cualquiera de nosotros podría siquiera imaginar.

Por muchos otros niños y adolescentes, muchos de los cuales viven en situaciones donde la adversidad reina bajo leyes circulares y envolventes, pero que a partir de una luz que no siempre es posible explicar, sienten el llamado de la música y de lo que la humanidad organizada y espléndida de José Antonio Abreu y el sistema nacional de orquestas, les ofrecen como una nueva experiencia y como una perspectiva distinta de la vida.

Esta es nuestra prédica, nuestro convencimiento: queremos que la expresión de nuestra voluntad solidaria lleguen hasta aquellos que no conocemos. Queremos ir más allá de nosotros mismos, en el doble sentido de la afirmación: para ser cada día una mejor institución y también mejores personas, que se afirman en el compromiso con el otro; y también, porque paso a paso, día a día, proyecto a proyecto, nuestra comprensión del país y nuestro respeto por el otro se acrecienta y se devuelve como magnífica energía a nuestros espíritus.

Vertidas en libros producidos con altos estándares, cada una de estas obras ha arribado, no a su destino, sino apenas a su estación de salida. Si hay un especial ambiente en esta congregación, es porque ella metaforiza lo diverso: en los doce títulos que aquí se presentan hay poetas, narradores y ensayistas, algunos de los cuales ven un libro suyo impreso por primera vez, que conviven en el catálogo con otros que continúan acumulando una obra ya reconocida por su significación en la historia de la literatura venezolana.

Celebramos la partida de los textos en el viaje hacia sus lectores. Celebramos, nada más y nada menos, que la primera y última apuesta del espíritu, que es la del encuentro con otro. En virtud de ese acto de fe, de ese primordial sentido de la esperanza, todos podemos decir y decirnos, en silencio o en voz alta, que la suerte nos acompañe, que la vida nos de la dicha de encontrar un lugar en el alma y en la memoria de otro.

Buenas noches y bienvenidos a Ciudad Banesco.

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