Si me tocara escoger una palabra, no más que una palabra que intentase dar cuenta, a pesar de sus posibles limitaciones, de lo que aquí se ha congregado esta noche de diciembre, apostaría a favor de que esa palabra es celebración. En un primer instante, la idea de celebrar puede parecernos obvia. La editorial Equinoccio alcanza 35 años, y no de modo inercial o vegetativo, sino bajo el impulso de una extraordinaria madurez, signada en esta etapa por un profundo deseo de interlocución con la sociedad de los lectores. Por sí mismo, ya esto constituye una razón más que suficiente para reunirnos y compartir el necesario recuento que todo aniversario incita. Un primer conteo nos autoriza a imaginarnos el íntimo júbilo que este encuentro representa para los autores de los doce títulos que hoy se proclaman, y en el caso del maestro Ludovico Silva, quien nos dejó hace veinte años, la satisfacción honda, el gozo interior que la buena nueva debe producir en sus familiares y otros entrañables,