Discurso de Juan Carlos Escotet pronunciado en el acto de graduación del Instituto Universitario San Francisco

Jueves 2 de agosto de 2007.

Voy a comenzar esta breve intervención, compartiendo con ustedes una confesión: entre las muchas actividades que forman parte de mi agenda, esta debe ser la que me produce no sólo la mejor satisfacción, sino también mayor sosiego y, a la vez, muchas interrogantes.

Hay un hecho que no siempre se toma en cuenta, y es que las instituciones y las empresas están constituidas por personas que tienen cada una, un modo de pensar, pero por encima de todo, una disposición a experimentar sentimientos de manera muy diversa. Los seres humanos podemos tener ideas o criterios semejantes, pero lo que realmente nos hace únicos y diferenciados es que nunca vivimos los sentimientos de modo similar.

Digo todo esto porque en un plano racional, como muchas otras personas en Venezuela, comparto plenamente que la más estratégica y duradera contribución que los empresarios podemos hacer por el país, por la Venezuela de nuestras pasiones, es aquello que ayude al fortalecimiento de la educación y los valores de nuestra cultura. Pero en todo esto también están comprometidas mis emociones, de una manera muy especial y decisiva.

Aquí, a esta hora y frente a cada uno de ustedes, yo puedo regalarme el privilegio de respirar hondo y decirme, qué bueno que tuvimos la fortuna de contribuir con está causa. Miro está obra y pienso en la utilidad que podría tener para ustedes y para muchas generaciones de gente deseosa de aprender, y me digo, ha valido la pena, que estos son los esfuerzos, las decisiones que nos reconcilian con la vida y el trabajo, frente a tantas dificultades y problemas con los que todos tenemos que lidiar cada día.

No muy lejos de aquí, en la ciudad de Barquisimeto, mañana asistiré a la inauguración del segundo edificio del Instituto Universitario Jesús Obrero, vuestra institución hermana. Allí invertimos más de 7 mil millones de bolívares.

Hoy estoy entre ustedes, disfrutando del fructífero destino que han tenido los recursos donados para la dotación de la primera etapa, que fueron más de 2 mil 400 millones de bolívares. La segunda etapa, del Instituto Universitario San Francisco de Maracaibo, contempla una inversión de 7 millardos que Banesco aportará.

Si alguien me preguntara cómo hemos llegado hasta aquí, cómo es que para una institución financiera como Banesco, este centro de formación en Maracaibo se convierte en un momento dado, en uno de sus propósitos y causas más importantes, yo le contestaré, porque nuestro sentido de responsabilidad no tiene fronteras, ni geográficas, ni temáticas.

Estamos aquí por convicción, por verdadero y madurado convencimiento. Porque tenemos un respeto hondo y renovado por esta ejemplar institución que es Fe y Alegría. Porque cuando evaluamos las necesidades que hay en el país, que son inmensas y muy complejas, nos percatamos de que lo mejor que podemos hacer es aportar para la meta de la formación y la multiplicación del conocimiento. Pero sobre todo, amigos aquí presentes, porque tenemos esperanza. Es el sentido de la esperanza, el sentimiento de que debemos atender a ese llamado del corazón que nos dice que es menester seguir luchando en todo lugar donde ello sea posible, lo que nos trae hasta ustedes, lo que nos une a este magnífico proyecto.

Decía al comienzo de esta intervención que la decisión de contribuir con las proyecciones de una institución como Fe y Alegría es, a la vez, fuente de regocijo pero también de interrogantes que tienen alguna significación. Es un pensamiento que, cada vez con mayor frecuencia, llevo conmigo. Me pregunto si será posible que muchas empresas, ciudadanos y personas con poder de decisión se sumen a una causa como esta. Si cada uno de los jóvenes que esta institución gradúe, tendrá en el primer plano de su agenda profesional la búsqueda de oportunidades para que, los próximos años, más personas puedan ser beneficiadas por una acción educativa como ésta.

A lo que voy, es a la pregunta sobre cuánta comprensión y disposición real hay en la sociedad venezolana para abrazar a la educación, en todas sus fases, como la más importante y necesaria actividad personal, familiar, comunitaria y del conjunto de las instituciones. Me pregunto a menudo si entre lo que se dice y lo que de verdad se hace, hay una brecha muy grande o no. Pero también me hago la pregunta de un modo más inmediato, me la hago a mí y a la gente que me rodea. ¿Qué otras cosas podemos hacer? ¿Cómo hacemos para que enseñar y aprender sean el más unánime y eficiente proyecto de nuestra amada Venezuela?

Y no puedo cerrar mis palabras sin formularle la pregunta a los estudiantes de este Instituto Universitario San Francisco: ¿Están dispuestos ustedes a tomar un compromiso con otros venezolanos los próximos años? ¿Serían capaces de no olvidar lo que han recibido para que ello se convierta en un episodio de gratitud, algún día, en alguna parte? Por último, ¿están ustedes dispuestos y acompañarme, en este mismo momento, a rendir un aplauso a esta gente maravillosa y luchadora que es Fe y Alegría?

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